LA SOMBRA Y LA PENUMBRA en HERALDO DE ARAGÓN
"Caminos de vuelta"
JOSÉ JULIO ORDOVÁS - Heraldo de Aragón (Artes&Letras) - 30/05/2002
Bien es verdad que para la mayoría de los lectores pasó sin pena ni gloria, pero buena parte de la crítica acogió con entusiasmo el primer libro de cuentos de Julián Rodríguez, Mujeres, manzanas (Editora Regional de Extremadura, 2000), en el que se perfilaba una forma más o menos novedosa de contar, culturalista y de una levedad falsa, más cerca de la poesía que de la narración pura y dura, y bajo el evidente influjo de John Berger. Con Lo improbable (Debate, 2001), su primera novela, continuó el experimento, renunciando a los convencionalismos novelísticos y apostando por nuevas fórmulas.
Pero es ahora, con La sombra y la penumbra, cuando ha alcanzado una plena madurez y se le puede considerar poseedor no ya de una impronta personal sino de una verdadero estilo propio.
Julián Rodríguez ha recogido tres nouvelles o novelas cortas, "Cavar", "Palabras" y "Máscaras", unidas entre sí no tanto por un hilo de continuidad como por un tema común, que, si bien se mira, tiene su origen en esa colección de vida cruzadas, tan carveriana (no en vano incluye versos de "Miedo", uno de los poemas mejores de Carver), que es Lo improbable. Jugando con las elipsis y desdeñando elegantemente el engranaje tradicional, Rodríguez esboza los retratos de unos personajes que se dejan llevar sin ofrecer resistencia por la corriente de la vida, hasta el punto de que no parecen dueños de sus actos, como si fueran víctimas de las circunstancias, sombras de sí mismos, pequeños barcos gobernados por el viento.
Resulta curiosa la forma en que Julián Rodríguez mezcla el cosmopolitismo y el ruralismo con intención de arrojar alguna luz sobre la siempre complicada historia de las raíces, las huellas borradas y los caminos de vuelta. No se trata de una búsqueda del tiempo perdido sino más bien de una indagación sobre las señas de identidad, como así lo prueba la elección de los autores de los que se hace eco y a los que recrea por lo general con fortuna, entre los que se encuentran Pavese, Ginzburg, Camus, Chabrol o Todorov. Es de suponer que todo esto se debe a razones personales, es decir, que algo, tal vez más de lo que parece, hay de autobiográfico, pero, dada la abundante dosis de culturalismo de que se sirve, además de la indolencia de que hace gala, es tarea inútil intentar averiguar qué.
Lo improbable y La sombra y la penumbra son, en buena medida, dos libros complementarios. Si en el primero Rodríguez nos hablaba de gente que estaba fuera de casa, en distintas ciudades de distintos países, compartiendo cama en pensiones y lugares de paso, en el segundo de lo que nos habla es de gente que ha vuelto a la casa de la infancia, pero no para quedarse y convivir con sus fantasmas, sino para hacer un alto en el camino, para saldar alguna cuenta pendiente o para tomarse un respiro y volver a la carretera, rumbo de nuevo a ninguna parte. Estamos, pues, ante un retrato, entre lírico e intelectual, de toda una generación, la de aquellos que, pasada la frontera de los treinta, tratan de encauzar sus vidas, y para ello, tras reparar en el desorden en que viven, optan por echar la vista atrás, sin nostalgia, sin esperanza, sin convencimiento.
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