Julián Rodríguez

Nació en Ceclavín, Cáceres, en 1968. Sus obras han sido publicadas por Random House Mondadori: "Lo improbable" (2001), novela; "La sombra y la penumbra" (2002), volumen con tres novelas cortas; y "Ninguna necesidad" (2006), novela; esta ultima fue elegida uno de los mejores libros de narrativa del año por "El País" y obtuvo el Premio Ojo Crítico. En 2004 publicó "Unas vacaciones baratas en la miseria de los demás", que inauguraba su ciclo de libros autobiográficos "Piezas de resistencia".

27.6.07

DE RECIENTE PUBLICACIÓN


Lo improbable y otras novelas
Debols!llo, junio de 2007
334 páginas
ISBN 978-84-8346-382-6

Texto de contracubierta:
Saludado por la crítica como un "escritor que hace soñar con la posible renovación de la novela actual", Julián Rodríguez es dueño de una prosa muy personal que usa con inteligencia la elipsis, lo sugerido y no contado, para hablarnos de los náufragos y nómadas de la sociedad actual. Nosotros. Nihilismo, eogísmo y desconcierto están en todos los protagonistas de sus novelas que, por primera vez, se reúnen en el volumen que el lector tiene en sus manos.
La primera de ellas, Lo improbable (2001), es una historia de amor que transcurre en lugares de paso, de veraneo, parca en palabras y llena de sugerencias como una película de Eric Rohmer. Le siguen La sombra y la penumbra (2002), compuesta por tres historias en las que los destinos de los siempre indefensos protagonistas se resuelven entre el campo y la ciudad, y Ninguna necesidad (2006, premio Ojo Crítico de Narrativa), en la que el recurso de narrar lo indirecto y la economía del discurso se mantienen para construir la historia de una pérdida, de una muerte, de un tiempo aplazado.

A destacar:
La fotografía de David Williams elegida por Julián Rodríguez para ilustrar la cubierta de esta novela pertenece al mismo ciclo al que pertenecía la de Lo improbable (aunque ésta fue retocada y virada al azul): Pictures From No Man' s Land, de 1984.

Texto del prólogo:
(FICCIONES Y DOCUMENTOS)
Este volumen reúne tres libros diferentes (Lo improbable, La sombra y la penumbra y Ninguna necesidad) y diez años de escritura y reescritura: los que van desde el verano de 1996, fecha de inicio de Lo improbable, hasta diciembre de 2006, cuando, al revisar esa misma novela para componer estas páginas, decidí eliminar veintiséis frases y más de un centenar de palabras.
La reescritura es para mí tan importante como la escritura. Y no sólo "volver a escribir lo ya escrito introduciendo cambios", sino también "volver a escribir sobre algo dándole una nueva interpretación". Una interpretación afectada por el tiempo, es decir, en evolución debido al paso del tiempo.
Primero creemos que escribimos una novela autobiográfica (como un exorcismo). Luego suponemos que la novela es también generacional. Al fin, comprendemos que la novela se ha vuelto, de repente, histórica. (Porque el tiempo ha hecho de ella un documento, otro documento más.)

Tiempo. Diez años. Un ciclo.
"En realidad, todas las historias suceden a la vez en pasado, presente y futuro. Podría decirse que resulta inevitable. Cada personaje, al ser ‘representado’, carga ya con la consumación de su pasado, la realidad de su presente y la incertidumbre de su futuro." Esto dice la cita de Leonardo Sciascia que abre Ninguna necesidad, y que podría haberlo hecho en cualquiera de los dos libros anteriores. En todos ellos las historias suceden en pasado, en presente y (muchas veces) en futuro. Y las protagonizan personajes casi siempre sin nombre.
¿Las protagonizan o, más bien, las viven como vidas comunes nada distintas de otras vidas también comunes? El autor quisiera esto último. Aunque parezcan crípticas, las palabras de Günther Guben en una de las novelas cortas de La sombra y la penumbra tratan sobre este asunto: "Me esfuerzo por dejar algo al descubierto donde aparentemente todo está al descubierto".

Algo. Este volumen (tiempo encapsulado) es el final de algo o el principio de algo. Comienza un nuevo ciclo. Al revisar todas sus páginas, a ratos cansado de mí mismo, me he dado cuenta de ello. Las ficciones narradas y a la postre convertidas en documentos han operado, incluso “sentimentalmente”, en algunos momentos de la realidad circundante, en mi realidad. Para provocar o para consolar. Era algo que no esperaba cuando comencé a escribirlas y no puedo sino estar agradecido.
Como también lo estoy a quienes las publicaron: Constantino Bértolo siempre, y Claudio López de Lamadrid, junto a Mónica Carmona, después. A María Casas le debo su recopilación.

Julián Rodríguez, abril de 2007
Primera reseña:
"Vuelo en tierra"
JORDI GRACIA - El País (Babelia; "Equipaje de bolsillo") - 23/07/07
Juntas hacen un efecto aún mejor que cuando fueron saliendo en sus respectivos volúmenes las novelas cortas de Julián Rodríguez de los últimos diez años: Lo improbable, La sombra y la penumbra y la más reciente y espléndida Ninguna necesidad. Todavía es más claro ahora que vuela en tierra, que la elipsis y la alusión, el retal si asir y el paréntesis están postrados a la tierra vivida, la memoria individual y nunca anodina o banal, y la propia biografía en marcha. No olvidan la vida de cada día de un mundo que agoniza cerca de Extremadura, pero tampoco se conforma con él ni lo adora.
Es un escritor especial Julián Rodríguez y su mejor secreto es la regulación del laconismo y la alusión no críptica sino evocativa de zonas sentimentales o carencias emotivas despojadas de énfasis, cargadas siempre de intención, incluida la intención ideológica y política. La sutileza ahí es todavía superior, antipanfletaria porque es literatura muy fresca, simula la improvisación pero es calculador, y seduce sin sacudirle a uno por las solapas, volando en tierra.

NINGUNA NECESIDAD en EL MUNDO

"Ninguna necesidad"
ÁNGEL BASANTA - El Mundo (El Cultural) - 27/07/06
Me ha interesado mucho esta singular novela de Julián Rodríguez (Ceclavín, Cáceres, 1968). Su libro anterior, Unas vacaciones baratas en la miseria de los demás (2004), de carácter autobiográfico y composición híbrida, constituye una muestra del mestizaje supragenérico que representa una vanguardia en la narrativa actual. En una situación de duda del narrador ante su cometido ("¿Para qué narrar?") enseguida surgían respuestas: "alguien querrá saber. Muchas veces me he dicho que escribo porque hay una voz colectiva (la mía entre ellas) que dice `Queremos saber´".
Nada me parece mejor que estas consideraciones para introducir el comentario de Ninguna necesidad, novela extraña, diferente a lo que suele ser habitual en estos tiempos tan sometidos al mercadeo, con ideas y pensamiento expresados por vía narrativa, audaz en su concepción y estructura desde su ascetismo estilístico sustentado en la frase breve, la sintaxis nominal y la enumeración hasta las diferencias formales entre capítulos de corta extensíon que a veces constituyen auténticos microrrelatos, poemas en prosa, fragmentos epistolares y variaciones o citas intertextuales de literatos como Pavese, De Sena, Leopardi, más los autores de los textos de cabecera, Céline, Sciascia y Beckett, todos implicados en el contenido y desarrollo del discurso narrativo.
El antetexto en el que Sciascia indica que "todas las historias suceden a la vez en pasado, presente y futuro" porque "cada personaje, al ser `representado´, carga ya con la consumación de su presente y la incertidumbre de su futuro" adelanta buena parte del planteamiento, construcción y sentido de Ninguna necesidad. Su protagonista visita a un amigo hospitalizado al que le quedan siete días de vida. Con el recuerdo del Muerto como imagen recurrente y acicate para la rememoración de experiencias compartidas, el anónimo protagonista viaja a un lugar de la costa portuguesa. La dicotomía entre el pueblo natal de ambos en Extremadura y la ciudad costera sirve para marcar graves diferencias en la memoria del protagonista. En esto se fundan los dos planos del relato, unidos por las cajas de fotografías del Muerto que el amigo lleva consigo para clasificar. Un plano se centra en las cicatrices de la memoria de lo vivido en el mundo inmóvil de aquel pueblo agrícola fronterizo, donde fueron niños pobres de otra época y de donde salieron con trayectorias distintas. En el otro plano se rememoran la relación amorosa entre desiguales del protagonista con la hija de una familia portuguesa enriquecida en el negocio de la navegación aérea y también las experiencias del protagonista como empleado de aquella empresa. Todo el discurso, técnicamente sustentado en la fragmentación y la elipsis, está formado por los recuerdos del protagonista y su asociación de situaciones y episodios fundidos en amalgama temporal que une y desordena la sucesión cronológica de lo rememorado y vivido en esos siete días mediante analepsis y prolepisis que recuerdan sucesos anteriores o anticipan algo futuro. Y la necesaria verosimilitud de tan subjetivo y laboriosos desorden temporal tiene su fundamento y carta de naturaleza en la condición del Muerto que sea da como enterrado y a la vez en los últimos días de su vida.
Más allá de su experimentación formal, ludismo e intuición creadora, bien dosificados y nada gratuitos, Ninguna necesidad ofrece una original reflexión sobre el amor y la muerte, sobre la desigualdad en nuestro mundo globalizado, escrita con ingenio, ironía y humor que atemperan la hondura de pensamiento en muchas páginas. Y el texto amplía su significado gracias a la sutil estructuración en simetrías que repiten motivos cambiando matices importantes. Son obras así, con su trabajada imperfección, las que contribuyen a explorar nuevos caminos en la evolución de la novela. Por ello deben leerse con atención.

21.7.06

NINGUNA NECESIDAD en ABC

"La oscuridad cotidiana"
JOSÉ MARÍA POZUELO YVANCOS - ABC (ABCD) - 15/07/06
"La oscuridad cotidiana tiene partes significativas e iluminadoras, leyó en alguna parte..." (página 68). Tal frase podría funcionar como emblema de esta excelente novela, la segunda del extremeño Julián Rodríguez, joven escritor nacido en 1968 al que han bastado tres libros, los que tiene hasta ahora publicados, para ocupar un lugar definido en la narrativa española. Definido y claro, porque escribe diferente a otros, tiene estilo propio y un talento poco común para dar relieve a lo que parece insignificante o puede pasar inadvertido, pero que su retina retiene con un carácter aparentemente desabrido, aunque poderosamente cuidado para significar mucho más de lo que dice.
Mundos encerrados
En un sentido que va más allá del fraseológico, la actitud de Julián Rodríguez es la misma que sostiene un poeta: la iluminación de perspectivas inéditas en su mirada sobre la realidad. Pero no crea el lector que la asimilación que hago al numen poético tiene que ver con rasgos de prosa brillante o de densidad de las imágenes. No. Si un rasgo destaca de su estilo es la sobriedad. Casi se diría que la economía verbal preside toda su narración. Nada parece ser aquí palabra vana. Es una novela corta administrada con cuidado para decir mucho en poco espacio, con varios mundos encerrados en sus elipsis.
Precisamente es la elipsis la figura que mejor caracteriza una novela que parece discurrir sin que pase nada sorprendente, y que conforme avanza va mostrando a los lectores cuánto tiene metido en sus pliegues, en los conflictos sugeridos, de situaciones generacionales, de diferencias de tiempo y de clase social. En poco más de cien páginas, dispuestas en cincuenta breves capítulos, hemos asistido al cambio generacional desde unos padres campesinos que fueron emigrantes a Francia hasta este personaje protagonista, situado en una contemporaneidad que se ha desclasado por un ascenso social y una caída amorosa.
La novela adopta la estructura de los siete días de la semana, como si fueran los siete que le han concedido al Muerto, el que luego sabremos mejor amigo del protagonista, a quien un cáncer ha desahuciado. El protagonista, en una fuga de la angustia por el final del amigo, emprende un viaje, que lo lleva durante siete días por escenarios de Portugal, en el que rememora experiencias de la vida familiar y de la propia, que va mezclando con vivencias del presente y con proyecciones futuras. De esa forma esta novela se propone como la memoria de un tiempo aplazado, ganado a una muerte segura, que finalmente se abraza como destino. El Muerto acabará siendo también quien lo postula así.
Aquello que falta
Pero no crean mis lectores que todo esto que les cuento lo ha ofrecido la novela de forma lineal. Aquello que les resumo está ahí, pero en su mayor parte se cuenta de forma elidida, obligando al lector a poner de su parte aquello que falta, lo que por cierto hace sin demasiado esfuerzo, porque el autor ofrece pautas y claves expresivas, hasta hacer incluso en el poema reproducido en el capítulo 35, o en las frases tomadas después de Maximo Cacciari, un ejercicio de autopoética, dándonos el mapa de su territorio.
Esta novela resulta ser una formidable pausa, un tiempo retenido, para desplegar en el tapiz de su deambulación por espacios y tiempos, una perspectiva desengañada, como si fuese la de un Mersault de nuestros días. Aunque el que se descubre inicialmente como maestro sea Pavese, el protagonista de esta novela me ha recordado a Mersault, el antihéroe de El extranjero, de Camus, por el ejercicio de un existencialismo vital, que toda la novela ejecuta desde la idea de alienación, de extrañamiento. Pero incorpora a ese modelo algo nuevo que me parece crucial: el ejercicio indagatorio sobre el lenguaje, la pregunta a las palabras sobre lo que dicen y lo que callan. El existencialismo de Julián Rodríguez es ya otro que el de Pavese o Camus, porque se ha producido la sospecha sobre el lenguaje, sobre las trampas de lo que creemos decir cuando decimos, o de lo que creíamos nuestro cuando callábamos.
Territorio de la soledad
El fenómeno que la novela va poniendo de relieve es lo mucho que esconde cada gesto, cada situación cotidiana, que resulta, si la miras de una determinada forma, significativa. Detrás de cada menudencia se esconden, si sabemos distanciarnos lo suficiente, todas la mentiras desapercibidas y verdades no dichas. En el calibrado de tal distancia, el protagonista está siendo narrado conforme va desautomatizando las experiencias, precisamente porque su mirada sobre ellas las ha enajenado. Esa distancia parece inicialmente hija del descreimiento, del desapego, pero va adentrándose paulatinamente en el territorio de la soledad. Lo que comenzaba siendo cinismo se convierte en elegía, y lo desabrido alcanza a cifrar su razón sentimental de forma desoladora.Lo que me parece mejor es que Julián Rodríguez haya sido capaz de darnos tanto en tan poco, con una maestría que se ejecuta en la economía de la significación, apoyado en una docena de intertextualidades de la canción, la poesía o el cine, pero incluso para elegirlas ha sido parco e intenso. Tal intensidad suele ser rara en la novela, por lo que el lector la cierra con la misma gratitud que siente hacia aquellos buenos poemas capaces de ofrecer la cifra de un sentido en un puñado de versos, aquí de páginas. No dejen de leer esta novela de quien, si continúa escribiendo con tanto cuidado, habrá de situarse entre los mejores narradores españoles. Ya lo es, sin duda, dentro de su generación.

NINGUNA NECESIDAD en EL CORREO

"Diario de una fuga"
PABLO MARTÍNEZ ZARRACINA - El Correo (Territorios) - 12/07/06

En una de las citas que abren esta novela, Céline nos recuerda que en "los funerales pomposos" la gente está triste pero no por ello deja de pensar "en la herencia, en las próximas vacaciones, en la viuda...". Al situarse frente a uno de esos funerales, un escritor debe elegir. Los habrá que decidan centrarse en la tristeza de los asistentes: un sentimiento compacto y, en cierto modo, tranquilizador. Y los habrá que, como Julián Rodríguez, no se permitan dejar escapar al gran personaje del entierro: ese deudo cuyos pensamientos van a parar a sus vacaciones mientras la primera paletada de tierra cae sobre el ataúd.
El innominado protagonista de esta novela es un tipo de mediana edad que, ante la inminente muerte de un amigo muy cercano, decide huir. En el primer fragmento del libro, el único narrado en primera persona, sabemos que a su amigo le quedan siete días de vida y que los médicos han dicho que no hay nada que hacer. El protagonista seguirá escrupulosamente las indicaciones facultativas: no hará nada. O al menos no hará ninguna de las cosas que suelen hacerse en esos casos. Su reacción consiste en emprender un viaje sin importancia, una especie de peregrinaje clandestino que le lleva a algunos de los lugares en los que transcurrieron los veranos de su juventud: un tiempo en el que entró en contacto con mundos muy distintos al suyo. A través de un itinerario de hoteles de paso y carreteras secundarias, comprueba que en el pasado su amigo ya está muerto, y que un muerto puede ser algo que pesa y entorpece: una carga.
Estamos ante el diario pormenorizado de una huida lenta y melancólica. Mientras el amigo agoniza, el protagonista -un personaje al que al autor mantiene en todo momento a salvo del sentimentalismo- recuerda episodios de un tiempo perdido para siempre, y va encajando las piezas que completan el puzle de un amor también perdido. La muerte del amigo, todavía joven, funciona como metáfora de lo irrecuperable. El protagonista escapa como puede de la presencia de la muerte y sus huellas van dibujando una elegía brusca pero singularmente verdadera.
Como los anteriores libros de Rodríguez, Ninguna necesidad es un texto breve, de carácter fragmentario, en el que reina la elipsis. Una vez más el autor extremeño desecha los elementos superficiales del relato en busca de la máxima desnudez posible. Su prosa persigue la exactitud y evita el efectismo; su mirada se detiene en los márgenes y desconfía de todo aquello que parece demasiado evidente. En general, la escritura de Julián Rodríguez podría calificarse de lírica. Y no por su sonoridad o magnificencia formal, sino porque, contando con materiales nobles y escasos, aspira a crear una peculiar intensidad emocional. En esta ocasión lo consigue. La fórmula funciona porque el autor maneja con cuidado las medidas y no permite que la narración sobrepase los límites del sentimentalismo, ni tampoco que la frialdad del protagonista llegue a rozar la indiferencia o el sarcasmo.
Ninguna necesidad es un buen libro que nos muestra otra manera de narrar y que nos recuerda que debemos seguir atentos al quehacer de un autor necesario y periférico.

25.6.06

NINGUNA NECESIDAD en EL PAÍS

"La vida del muerto"
J. ERNESTO AYALA-DIP - El País (Babelia) - 25/06/06
El principio de economía estilística preside la obra de Julián Rodríguez (Ceclavín, Cáceres, 1968). Lo vimos en su primera novela, Lo improbable, y lo confirmó en su segundo libro, La sombra y la penumbra (ambas en Debate), reunión de tres novelas cortas que disimulaban una sola narración por su tono y su poso emocional. Ahora tenemos su nueva novela, Ninguna necesidad. Un texto de ficción que maneja el escritor extremeño como manejó los anteriores, incluido el autobiográfico Unas vacaciones baratas en la miseria de los demás (Caballo de Troya). Mayor despojamiento y casi nula distancia estilística entre el paisaje narrado y la omnisciencia resignada del narrador. El territorio físico y humano en donde se desenvuelven sus historias (o tal vez, la única historia) son el campo y ese vicio absurdo (como diría Pavese, por citar a un autor que interesa a Rodríguez) llamado ciudad.
Antes de entrar en el comentario de esta novela, me gustaría situar a Julián Rodríguez en el contexto de la literatura española que se hace últimamente. No se trata de identificarlo con un autor o una escuela determinada (aunque a nadie que siga su trayectoria, se le escapará sus querencias por Beckett, Pavese o neorrealistas italianos de gran prestigio como Vasco Pratolini). Refiriéndose a los pintores de su tiempo, Baudelaire escribió que cada vez lo hacían mejor, pero que desgraciadamente no aportaban ninguna idea. Con la narrativa española uno tiene una parecida sensación. Que cada vez lo hacen mejor, pero ideas, lo que se dice ideas, inventiva formal o compositiva, imaginación estilística, muy pocas. Precisamente Pavese, en un epistolario (el mismo del que Julián Rodríguez extrajo un fragmento de carta para incluirlo en Ninguna necesidad) dice que mientras los escritores norteamericanos aportaban con sus novelas nuevas ideas, los europeos apenas lograban ser originales. Yo tengo la impresión que novelas como Ninguna necesidad colaboran a aclarar las ideas sobre cómo puede sobrevivir la novela en nuestro tiempo. Probablemente mucho más interesante que preguntarnos cómo podrán sobrevivir los novelistas.
De alguna manera, Julián Rodríguez retoma la dicotomía ya transitada en La sombra y la penumbra. Sólo que ahora, a la ecuación campo-ciudad se la precisa con el recuerdo de un pueblo del interior de España y el presente (y el futuro irremediablemente ya escrito) de un litoral veraniego, turístico. El tiempo de la narración abarca una semana (cada capítulo es un día de la semana), que a su vez son los días que le queda de vida a uno de los personajes de la novela, el Muerto. La narración nos relata la relación más bien fugaz entre un muchacho de origen rural y una chica de familia adinerada. Y en el medio de este dibujo socialmente imposible, está la figura del Muerto, desdichada metáfora de la vida real, ineludible. En la contraportada del libro se hace referencia a Rohmer, fundamentalmente por lo del verano de la novela. Pero Rohmer, en su desnudez formal, en su casi precariedad escenográfica, no deja nunca de ser voluptuoso, incluso en su más radical tristeza. En Ninguna necesidad no hay casi margen para ningún goce. Sólo hay una apelación casi entrañable en la novela, en medio de tanta extrañeza, provisionalidad, cuando el muchacho ruega: "Fantasma de Bruce Lee, si puedes, devuélveme a como era antes".
Bueno, esto creo que sí es una idea muy interesante, escribir una elegía sin resultar necesariamente elegíaco.

22.6.06

NINGUNA NECESIDAD en LA RAZÓN

"Como pasos que no suenan"
Mª JOSÉ GIL-BONMATÍ - La Razón (Caballo verde) - 22/06/2006

De vez en cuando, en esta tarea, uno se encuentra con libros con los que no sabe qué hacer, y "hacer" significa, más concretamente, cómo encararlos. Y, la verdad, no me molesta confesar ese desconcierto, porque considero que esa capacidad de ofrecer resistencia y hacernos sentir una momentánea pérdida de visión del paisaje y contornos literarios no es sólo un gran mérito narrativo, sino que debería de ser una necesidad en quienes los comentamos. Digo esto porque los lectores de hoy nos hemos ido acostumbrando a una forma de leer que nos permite asimilar sin hacer la digestión, y textos como este de Julián Rodríguez, Ninguna necesidad, que se resiste a ese inventariado de lugares comunes literarios y sentimentales, nos obliga a reordenar el proceso y a recuperar así el necesario sentido de la lectura.
La trayectoria de Julián Rodríguez, desde su aparición con Lo improbable, pasando por el volumen de novelas cortas La sombra y la penumbra o el libro autobiográfico Unas vacaciones baratas en la miseria de los demás, hasta esta segunda novela, es la de un autor brillante, de extraña exigencia literaria y difícil de catalogar; alguien obstinado en escribir en y desde los márgenes del hecho literario para hacer de esos bordes en los que también transcurre la existencia el centro de unas ruinas y daños desapercibidos.
Ninguna necesidad está escrita desde esa misma vocación de los alrededores narrativos. De entrada, se trata del viaje de alguien hecho por un amigo muerto que, sin embargo, busca escribirse al margen de esa "necesidad" que la pérdida suele construir y que acaba siendo retórica de la autocompasión. Pero también se trata del viaje de alguien que busca alejarse, aunque sin conseguir dejar atrás la frontera entre dos mundos y horizontes, el de un campo sembrado y el de los complejos turísticos de lujo. Por otra parte, Ninguna necesidad se construye sobre la voz de un narrador que, además de utilizar esa estrategia narrativa de, digamos, merodear alrededor de una presa, tiene el hábito de mirar, con una atención extrañamente selectiva, a los márgenes del paisaje que recorre, pero también del paisaje que ha hecho que sean quienes son esos personajes y, más allá, a los márgenes del lenguaje que utiliza para contarlos sin traicionarse ni traicionarlos.
La escritura de Julián Rodríguez, que practica los silencios narrativos como propósito, más que contra lo obvio, contra la deshonestidad, nos obliga a transitar por el borde de un precipicio, en el que nos sentimos sin espacio para respirar y sin sitio al que agarrarnos. Seguramente es la mejor forma de mostrarnos que allí debajo hay realmente un precipicio.

22.5.06

DE RECIENTE PUBLICACIÓN


Ninguna necesidad
Novela
Mondadori, junio de 2006
128 páginas
ISBN 84-397-2023-8

Texto de contracubierta:
Esta novela, que pretende hacer de la intensidad uno de sus personajes principales, trata del presente, del pasado y del futuro, aunque todo, al llegar al final, parece haberse consumado ya. Sin embargo, no es éste un libro elegíaco, más bien podría haberse escrito contra toda melancolía.
Tal vez sea esa antimelancolía una forma más de camuflaje, del que se sirve también para ocultarse y mostrarse al mismo tiempo su protagonista, un hombre todavía joven que ha vivido siempre entre dos mundos muy diferentes, que pueden cifrarse en dos imágenes también distintas: un pueblo del interior y una playa en verano. O mejor: un huerto y un campo de golf. En esa dicotomía nace y se desarrolla esta novela, que unas veces se convierte en una canción de Thalia Zedek y otras en un toque de tránsito, y que, por encima de todo, como en una película de Rohmer, trata de un verano cualquiera, de una semana cualquiera, cuando ya se ha vivido mucho a pesar de la juventud, o cuando una parte de esa vida comienza a desaparecer inexorablemente.


A destacar:
1.La fotografía elegida por el propio autor para la cubierta de esta novela es obra de la artista norteamericana Nan Goldin, a quien ya había dedicado algunos textos anteriormente.

2.Ninguna necesidad fue escrito y corregido, como indica la nota final del autor, en Cáceres, Ceclavín, Hoyos, Gijón y Setúbal entre 2002 y 2005, y retoma algunos elementos de su primera novela, Lo improbable (Debate, 2001). De hecho, el personaje a través del cual se narra esta nueva historia iba a ser inicialmente el mismo que servía de eslabón entre todos los de Lo improbable, y que también carecía de nombre... Iba a tener sus mismas relaciones, su misma profesión... Pero la lectura de un reportaje en un periódico portugués, a principios del verano de 2002, hizo que Julián Rodríguez decidiera comenzar a escribir esta novela desde un nuevo punto de vista. Aun así, existen numerosos elementos de Lo improbable que son retomados y reescritos en Ninguna necesidad, incluidos los miedos e inseguridades, la visión del mundo, de ese personaje central.
3. Tres citas abren el libro y, en cierto modo, lo explican, pues ofrecen claves sobre su argumento, su estructura temporal o su título.
Primera cita: "Durante los funerales pomposos, la gente está muy triste también, pero no por ello dejan de pensar en la herencia, en las próximas vacaciones, en la viuda..." (Louis-Ferdinand Céline)
Segunda cita: "En realidad, todas las historias suceden a la vez en pasado, presente y futuro. Podría decirse que resulta inevitable. Cada personaje, al ser `representado´, carga ya con la consumación de su pasado, la realidad de su presente y la incertidumbre de su futuro." (Leonardo Sciascia)
Tercera cita: "¿Y si desaparece? ¿Y si nadie se acuerda? Mejor decir. Decir qué. Decir la historia que hay que contar. O no decirla. Mejor decirla. No hay necesidad de ocultar. No hay necesidad de negar. Mejor decir." (Samuel Beckett)

Estructura de la novela:
Está dividida en los siete días de la semana y compuesta por cincuenta pequeños capítulos en tercera persona y una "introducción" en primera -y en cursiva- que anticipa el sentido del libro.

El comienzo de la novela
(la única página del libro escrita en primera persona):
La noche anterior fui a ver al Muerto.
Lo habían trasladado a la habitación 202: sólo una cama estrecha con mil botones en su cabecero. Y el gotero a un lado. Y al otro, una máquina provista de una pantalla digital.
En realidad el Muerto aún no había muerto, pero ya lo estaban enterrando: a la puerta de la habitación hablaban del nicho, de las coronas de flores, de cuánto costaría todo aquello.
Al Muerto, calcularon, le quedaban siete días de vida. Suficientes para crear el mundo, pensé.
Él no sabía que iba a morir, nadie se lo había dicho. Aunque podía esperárselo: había adelgazado treinta kilos y su piel tenía un color amarillento. Y su barriga era lo único terso, tirante como la de una embarazada, en todo aquel cuerpo. Y tartamudeaba: las palabras iban y venían por su boca y por sus fosas nasales: un airecillo que olía a agua sucia. Dentro de él, había dicho el cirujano después de coserlo, estaba todo podrido.
No podemos hacer nada, prometió.
Una promesa fácil de cumplir
.




Unas vacaciones baratas
en la miseria de los demás
Libro autobiográfico y ensayístico
Caballo de Troya, 2004
176 páginas
ISBN 84-933-6706-0

Texto del catálogo
de la editorial:
Una excepcional narración que aborda con calma y pausa propias de quien habla en voz baja a un amigo ausente las claves, el cauce y los meandros de una vida en la que lo perdido o extraviado es el patrimonio más tangible y secreto. Una voz que rememora y palpa los bordes de lo que parece condenado al silencio o al olvido: una fotografía, un exilio, un gesto, un paisaje.

A destacar:
Caballo de Troya es el proyecto editorial que puso en marcha a principios de 2004, y dentro del grupo Random House Mondadori, el editor, y antes crítico, Constantino Bértolo. Sólo publica textos de autores españoles (Mercedes Cebrián, Antonio-Prometeo Moya...) y latinoamericanos (Daniel Guebel, Damián Tabarovsky...), tanto ensayo como, sobre todo, ficción. Bértolo había sido ya el editor de Rodríguez en Debate, sello del que fue director.

Fragmento de una entrevista:
Julián Rodríguez (Ceclavín, Cáceres, 1968) se ríe cuando dice que hasta los 40 años o más se le considera a uno todavía "escritor joven". "Eso en el fútbol no pasaría", dice. Durante un buen rato se dedica a hablar de la pasada Eurocopa, de su pasión por el fútbol de la República Checa y Holanda (donde impartió hace poco una conferencia), y de una pregunta que le hizo no hace mucho otro periodista: "¿Tú qué querías ser de niño?". Su respuesta: "Creo que Mario Kempes. Más que Johann Cruyff". "Ha sido la primera vez que me han hecho esa pregunta... Un niño de pueblo nunca quería ser astronauta ni escritor ni otra cosa: sólo futbolista." Algunas de las fotos que prefiere de su infancia y de la de su hermano los muestran a ambos vestidos con los trajes del Bilbao y del Atleti en un campo de tierra junto a una portería de troncos de pino. "Mi hermano y yo, que hemos caminados muchos senderos paralelos incluso a cientos de kilómetros de distancia, también evolucionamos desde aquellos equipos hasta el Barça del dream team, lo que quizá fue ya una elección estética." "Y ahí estamos", concluye, antes de comenzar a hablar de su nuevo libro, Unas vacaciones baratas en la miseria de los demás.

¿Por qué ahora, siendo aún joven, un libro autobiográfico?
La última historia que aparecía en mi libro anterior, La sombra y la penumbra, se titulaba "Máscaras". Fue el último texto que escribí también antes de ponerme a hilvanar Unas vacaciones baratas... Quizá fue premonitorio. Por así decirlo, decidí quitarme la máscara. Me explico: muchos de mis textos anteriores tenían gran parte de elementos autobiográficos, ¿por qué no prescindir de la ficción y narrar directamente desde un yo real?

Pero hay elementos en este nuevo libro que proceden de su trabajo como articulista, como periodista free lance, como conferenciante... No serán todos autobiográficos.
Se trata de una suerte de diario abierto, en el que tiene tanto peso la intimidad (la vida) como lo intelectual (en realidad, la reflexión sobre algunos aspectos de la vida que en ocasiones se convierten en la materia de lo que suele llamarse Arte). Me pareció oportuno recuperar algunos fragmentos, reescribiéndolos, de artículos o conferencias, al darme cuenta de que casi todos insistían en lo mismo, que todas las referencias cabían bajo ese título de inspiración situacionista del libro (en realidad mucho antes de ponerme a revisar mis notas sueltas, apuntes en libretas, fragmentos de ese diario). Yo había elegido hablar de algunos artistas, fotógrafos, y lo había hecho por algo. Lo supe luego.

¿Cómo ejemplos de esa lucha social a la que alude en el prólogo?
Es casi una broma privada, pero sí, aunque más que la lucha, diría que hablo de una conciencia de clase. Reconocer de dónde procede uno y contarlo no como exhibicionismo ong sino para evitar los lugares comunes de estasociedadinstaladaenelbinestar. Bienestar ¿a costa de quién?, me pregunto muchas veces. O ¿para quién? Ya que un día aprendí a comprender quién era, de dónde venía, y cómo eso había marcado mi vida de niño y de adolescente de un modo especial (claro que no sólo me ha sucedido a mí), por qué no escribir sobre ello.

¿Cómo terapia?
En esta ocasión más que como terapia como "acción política". Una forma de compromiso particular. Con un lema primario si se quiere: narrar para no olvidar. O dos: narrar para transformar.

¿Narrar?
Sí, creo que ante todo soy un narrador. No sé si un novelista, un escritor, lo que sea. Lo digo sin vanidad. Quizá me miento. Sí, soy un narrador.

¿Sabe que el libro es a ratos muy duro, incluso en ocasiones con usted mismo?

Soy consciente de ello. Podía haberlo embellecido todo, pero no es mi estilo. La franqueza y la vehemencia han sido siempre mis perdiciones. No son consideradas, precisamente, virtudes.

18.5.06

UNAS VACACIONES BARATAS EN LA MISERIA DE LOS DEMÁS en EL PAÍS

"Fotos de la pobreza"
J. ERNESTO AYALA-DIP - El País (Babelia) - 9/10/2004

La cita de César Aira que Julián Rodríguez (Ceclavín, Cáceres, 1968) utiliza como epígrafe en su nuevo libro, viene a resolver en cierta manera la incógnita que se abre cuando se acaba de leerlo. ¿Qué es Unas vacaciones baratas en la miseria de los demás? Aira diría que es un diario, pero, siguiendo su cita, probablemente a condición de que de él nazcan novelas. Un diario es en cierta manera una novela en ciernes, o un poema o un drama o un ensayo, siguiendo a Aira. Esta indicación vale para quien esté especialmente interesado en saber a qué genero pertenece lo que ha leído. Pero a veces esta pregunta no tiene respuesta, mejor dicho, no tendría que tenerla. Tan cierto también como que a veces un diario podría no necesariamente terminar en ninguna novela (o poema o drama o ensayo). Incluso, en ningún diario. Por lo tanto pongamos que el tercer libro del escritor extremeño Julián Rodríguez es un texto con un alto grado de autosuficiencia, sin una estirpe reconocible, paria en su dibujo externo y enormemente contagioso en lo que a transferencia emocional e inteligencia psicológica se refiere.

Julián Rodríguez ya mostró en La sombra y la penumbra (Debate, 2002) todo lo que puede dar de sí la contención estilística, el dominio de una escritura radicalmente refractaria a la ostentación, de la forma y los sentimientos. Con este mismo espíritu afronta el desafío de escribir un libro sin límites académicos. Unas vacaciones baratas... está compuesto de diez momentos (respetemos esta nomenclatura y no incurramos en la indelicadeza de hablar de capítulos o episodios o nada por el estilo) y un prólogo. Dicho prólogo es una introducción tonal, una cifra que nos indica el tempo y el campo humano que abarcará. Cada momento, a su vez, es una historia, o una reflexión. El autor traduce en ejercicio narrativo sus conocimientos estéticos, su familiaridad con el mundo de la fotografía, con filósofos de la fotografía, con teóricos (en discusión con Susan Sontag o Roland Barthes, en agradecimiento con Walter Benjamin, como para ponerle sal a una probable discusión). Y luego el paisaje de los seres queridos, el padre, el campo extremeño. Las fotos son objetos de un invite teórico, o si se quiere, de una especulación vital. Pero en dos momentos, las fotos adquieren sustancia física, se transfiguran en existencias de carne y sueños. La belleza de unos pobres amantes, que diría Vasco Pratolini. La pobreza (Ah, la pobreza, que cantara Saint John-Perse), una inclemente soledad y desorientación se apodera de otros seres que Julián Rodríguez rescata de un desván, la memoria de un desterrado del franquismo que el padre ayuda a que no muera. En una novela de Belén Gopegui, La conquista del aire, se dice algo así como "el narrador quiere saber y por eso narra". En Unas vacaciones baratas en la miseria de los demás, el narrador se debate entre narrar o no narrar y dice: "Alguien querrá saber".
No hay vocación oracular en este libro, pero de sus intensas páginas se desprenden multitud de pequeñas sabidurías, graves y luminosas señales de gente y cosas que nos ocurren.

UNAS VACACIONES BARATAS EN LA MISERIA DE LOS DEMÁS en EL PERIÓDICO DE CATALUÑA

"La pasión fría"
MARCOS MAUREL - El Periódico de Cataluña (Libros) - 3/3/2005
Julián Rodríguez (Ceclavín, Cáceres, 1968) viene forjándose con cada nueva obra una trayectoria de narrador -este sustantivo le cuadra mucho mejor que el de novelista- que busca la singularización mediante una radical autoexigencia literaria, que se torna rigor para con el lector, un camino personal alejado de habituales convencionalismos narrativos y de trivialidades al uso. La primera novela de Rodríguez, Lo improbable (Debate, 2001), ya mostraba a un escritor que contaba oblicuamente y trabajaba con la elipsis para enfriar la temperatura emocional del sentimiento amoroso. Su segundo libro, La sombra y la penumbra (Debate, 2002), estaba configurado por tres relatos que jugaban con la ambigüedad y reflexionaban acerca de la naturaleza del arte de contar sin olvidar la rotunda denuncia social.
Estas constantes se extreman si cabe en Unas vacaciones baratas en la miseria de los demás, un libro misceláneo compuesto por apuntes de escritor, reflexiones sobre las relaciones sobre distintas artes -sobre todo las que se dan entre la fotografía y la narrativa-, estampas costumbristas del campo extremeño, retratos de mujeres, fragmentos de diario, gérmenes de novela... Todo ello se estructura mediante 10 momentos distintos, feliz denominación del autor por lo que tiene de indefinición, y un prólogo que da el tono y el tema de la obra.Todos estos materiales heterogéneos quedan engarzados mediante la figura del narrador, muy cercano a la figura del escritor, que recrea pasajes de su propia vida y de la vida de los demás para trazar una historia de la Europa del siglo XX, que es la historia de un casi suicidio. El arte, para Rodríguez, será denuncia o no será, y el escritor se esfuerza por demostrar que se puede dar este extremo con una forma narrativa estéticamente exigente, como lo son todas sus narraciones y lo es también su prosa, sencillamente clara y exacta: una prosa perenne.

UNAS VACACIONES BARATAS EN LA MISERIA DE LOS DEMÁS en LA RAZÓN

"Ensayo sobre la verdad"
NURIA MARTÍNEZ DEAÑO - La razón (Caballo verde) - 22/10/2004

Este libro es una grata sorpresa. Es uno de esos libros inclasificables, libres, fuera de los géneros definidos, y por lo tanto de los parámetros narrativos habituales. Mitad diario, mitad cuaderno de viaje y de apuntes de escritor, mezclados con textos sobre fotografía contemporánea, es una extensa reflexión, íntima por momentos, escrita con una prosa depurada y hermosa, en la que diferentes planos de la realidad se superponen, diferentes miradas y discursos convergen en un alegato contra el cinismo y la ficción (o la mentira) a favor de la "realidad", de la denuncia social, de la honestidad narrativa, y por consecuencia de la honestidad del hombre.
El libro toma el título Unas vacaciones baratas en la miseria de los demás de una instalación del artista mexicano Daniel Guzmán donde éste mezclaba iconos de la cultura pop reciente con textos de escritores mexicanos cercanos a Burroughs y Bukowski. También Julián Rodríguez usa esta idea del collage y de sacar a la superficie lo residual. En el caso del escritor, escribe sobre lo que se perdió en el tiempo y nunca se llegará a elaborar o sobre el personaje de la novela que ya ha decidido que no va a escribir. El texto, que se estructura en diez "momentos", algunos publicados anteriormente en diferentes revistas como el desaparecido monográfico digital Encubierta que dirigía el escritor Josan Hatero, y un prólogo ("Y la lucha de clases"), se va conformando como un viaje por diferentes vidas cruzadas, por diferentes narraciones y narradores.Rodríguez recoge varias rutas, por decirlo así: sus propios orígenes, en la tierra extremeña, hasta la que ha llegado el mundo globalizado, sin que eso implique que se hayan extinguido la miseria y la diferencia de clases. Las raíces del narrador se cruzan con el tiempo presente, encuentros, desencuentros, exilios y los diferentes lugares que visita en compañía de varios amigos artistas, como México DF, Rímini o Roma. Personas, lugares, historias que se cruzan a su vez con la historia de la fotografía de los últimos tiempos, construida a través de mini-biografías y perfiles de diferentes fotógrafos contemporáneos, de los que el autor se siente en cierto modo deudor: Gary Simmons, Carl Sutton, Gieraltowski, Koudelka, Riis, o Sophie Calle. Vidas que convergen en un estudio de la relación entre fotografía y narración literaria, entre la fotografía y la denuncia social en el arte que Rodríguez reclama.

UNAS VACACIONES BARATAS EN LA MISERIA DE LOS DEMÁS en ABC

"De cuerpo presente"
JUAN ÁNGEL JURISTO - ABC (Cultural) - 16/10/2004

De su autor conviene tener presente que es uno de los escritores españoles de la última generación para quien el pensar sobre el fenómeno literario no es ajeno a la presentación, e incluso a la pervivencia misma, de la obra. No se trata, sin embargo, de que Julián Rodríguez cultive una forma enmascarada de ensayo en sus narraciones, ni que esta forma atisbe siquiera planteamientos de más o menos rotunda fortuna teórica. La cosa posee más coraje. Con ello quiero decir que el autor escribe una narración sintiendo que aquello que se cuenta exige determinada forma, y si funciona es que la vía era la adecuada. No hay otra manera de plantear lo literario, y esta última obra de su autor recaba la misma vía, indaga en vertientes paralelas, las de otras expresiones plásticas, es más, combina distintas formas de perfilar las historias, presentarlas y resolverlas, y el resultado es, una vez más, una narración donde esas distintas opciones se compensan en ajuste feliz, donde el lector acaba sintiendo que ha asistido a la presentación de una serie de historias que armonizan muy bien unas con otras, que los personajes no son rotundos porque hoy día los caracteres únicos no tienen cabida en una realidad titubeante o compleja en demasía, vaya usted a saber, y que en este juego de identidades subsisten siempre las mismas cosas planteadas a veces con retóricas un tanto extravagantes pero que son las que nos cuadran ahora.


Indagación múltiple

Por eso no en vano la obra se abre con tres citas un tanto curiosas, una de César Aira, otra de Karl Marx y otra de Galdós. Ni siquiera atendamos a la pertinencia de lo que dicen. Fijémonos sólo en los nombres, pues son opciones que el autor ha elegido, y con deliberación, pero bien es verdad que podrían haber sido otros. Y ello ocurre porque de lo que trata esta novela es de una indagación que se abre en múltiples tradiciones, lo que la aleja de cualquier parentesco con las vanguardias de otros tiempos, y que discurre en ámbitos parejos. Primero en una rememoración casi caleidoscópica de personajes femeninos, donde resuenan voces provenientes de otras literaturas, pero a la vez, delimitando lo anterior, una manera casi dolorosa de pensar ese algo gratuito que tiene la necesidad perentoria de narrar. Lo dice el autor: "Porque no puede ser de otro modo, narro (suena extraño el verbo así, aislado, sin sus complementos". Creo que aquí se hallan ciertas respuestas que clarifican los hallazgos de esta novela, esto es, la imposibilidad de que lo que aquí se cuenta pueda ser cambiado, una forma moderna de definir la predestinación, y, claro, la extrañeza ante la palabra misma aislada de elementos convencionales que hasta ahora daban sentido a la narración de una historia.
Esta conjunción de distintos elementos es lo que hace que este libro posea momentos fascinantes. Por ejemplo, en lo que el autor llama "Prólogo (y la lucha de clases)" se encuentran frases como ésta: "Mi tío ha dicho que la tierra de Las Hurdes necesita más calcio que la de Ceclavín", que nos introduce de lleno en una atmósfera que la lectura de las páginas siguientes desmiente, y no porque un ámbito se haya impuesto sobre otro sino porque todos conviven en el mismo plano de significaciones. Éste es uno de los aspectos más atrayentes de la novela, la mirada que intenta abarcar lo que puede sin discriminaciones brutales.

Forma de diario

En los diez capítulos o "momentos" en que el autor ha dividido la obra, el lector asiste a fragmentaciones presentadas en forma de diario que actúan de referente a otros párrafos donde se da cuenta de citas de autores, Chirbes se da la mano con Gombrowicz, Auden con Roland Barthes, de pensamientos en apariencia deshilvanados sobre cine, la presencia persistente de lugares, Roma en último término, pero, sobre todas estas cosas, existe el hallazgo de la fotografía, de las mujeres que se ocultan detrás de los objetivos de las cámaras, como si entender una mirada fuese el equivalente de poseer un alma, y, por supuesto, aquello que surge de esta preeminencia, los encuentros y desencuentros entre literatura e imagen. El autor despliega interrogantes por doquier en este libro pero nos invita a enfrentarnos desde una posición privilegiada, un lugar de Extremadura donde las viejas historias aún no han desaparecido. El lector sabe que ese lugar es él mismo.

UNAS VACACIONES BARATAS EN LA MISERIA DE LOS DEMÁS en EL MUNDO

"Unas vacaciones baratas en la miseria de los demás"
ÁNGEL BASANTA - El Mundo (El Cultural) - 28/10/2004

El mestizaje de los géneros literarios es uno de los signos distintivos de la narrativa actual. Abundan los ejemplos en las novelas de Vila-Matas y en los dos libros del asturiano Xuan Bello reeditados bajo el título de Paniceiros (2004), admirable lección creadora de maridaje entre lo universal y lo local sin fronteras. Una modalidad híbrida de diferentes géneros, más audaz pero también con menos textura literaria, se observa en la tercera entrega narrativa de Julián Rodríguez (Ceclavín, Cáceres 1968), Unas vacaciones baratas..., imposible de clasificar en su concepción proteica, que abarca esbozos de ensayos, confesiones de diarios, relatos de historias escritas o sin escribir, fragmentos autobiográficos y de memorias familiares, estampas de varia índole y reflexiones sobre diferentes asuntos, con especial insistencia en la fotografía y sus relaciones con otras manifestaciones artísticas.
El libro consta de diez "momentos" a modo de capítulos, precedidos de un prólogo y seguidos de una breve nota. Tal vez la concepción de algunos textos por separado explica la diversidad del conjunto, cuya heterogeneidad obedece también a una voluntad de experimentación formal. La cita de Aira que aparece como lema ("El diario no es una novela. Es el registro cotidiano de la experiencia, [...] un modelo extenso de todas las novelas que puede escribir el autor") constituye un pertinente aviso de lo que viene después. La diversidad textual encuentra una mínima unidad en la figura del narrador en primera persona con atributos que coinciden con los del autor en edad y lugar de nacimiento, en autocitas de obras anteriores y en otras circunstancias.
El texto exhibe su variedad en una permanente aproximación autocrítica de la lectura y la escritura, con mezcla de ficción y realidad, en declarado testimonio de lucha contra el tiempo. Porque uno de los fines de la literatura es contribuir al conocimiento por medio de la indagación en las inquietudes del ser humano. Por eso la duda del narrador acerca de su cometido ("¿Para qué narrar?") se disuelve en estas consideraciones: "Alguien querrá saber. Muchas veces me he dicho que escribo porque hay una voz colectiva (la mía entre ellas) que dice "Queremos saber" (p. 104). Así, en los diez "momentos" se van ordenando, en torno a investigaciones e informes acerca de la fotografía y sus maestros, reflexiones sobre sus relaciones con la narración o la pintura, entre otras artes, relatos en distinto grado de elaboración, rememoraciones del pasado familiar en tierras cacereñas y otras observaciones suscitadas por viajes, visitas a exposiciones, trabajos de encargo y lecturas de teóricos y creadores desde Freud, Barthes, Benjamin, Lacan y Susan Sontag hasta Beckett o nuestros Zúñiga y Chirbes. La curiosidad del narrador parece no tener límites, así como su afán por relacionar manifestaciones artísticas diferentes, que pueden confluir, por ejemplo, en el "Sexto momento", con la capacidad de la fotografía para la denuncia social, el recuerdo de Cáceres a principios del siglo XX y el relato de la joven que se suicidó por amor. He aquí, pues, un texto que requiere un lector minoritario, muy interesado en las cuestiones que trata.

UNAS VACACIONES BARATAS EN LA MISERIA DE LOS DEMÁS en EXIT EXPRESS

"La naturalidad de la imagen"
LUIS FRANCISCO PÉREZ - Exit Express, Periódico de arte - Nº 8 - diciembre 2004/enero 2005
César Aira, en su novela Varamo, deja escrito lo siguiente: "La invención puede tomar la forma del registro documental de la realidad, y viceversa, porque en lo esencial su aspecto es el mismo".. Podrían ser muchos los argumentos a servir a la hora de iniciar una tentativa del por qué nos ha interesado tanto esta extraña y magnífica crónica estético/sentimental escrita por Julián Rodríguez, pero si hemos optado por abrir esta reseña con una cita del novelista argentino César Aira es porque en ella quedan expuestas las razones estéticas del proyecto llevado a cabo por Rodríguez, o mejor: de la imagen como representación estética de una moralidad, en su sentido más amplio y sin la obligación de privilegiar la condición ontológica de esa moralidad. Expresado en otros términos: la moralidad de una imagen, o el relato de unos hechos, que ya únicamente puede mirar hacia fuera, sin intimidad, y, no obstante, más inaccesible y misteriosa que el pensamiento del yo íntimo. Unas vacaciones baratas en la miseria de los demás, título tan brillante como imposible de deconstruir, es la crónica sentimental de unos jirones de vida y existencia, pero dotados dichos jirones de una transubjetividad que todo lo congela al igual que el flash de una instantánea fotográfica, la `naturalidad´que como diría Aira en narrativa es siempre la confusión entre la primera y la tercera persona. Pero a su vez, dicha crónica viene enriquecida con unos complementos teóricos (magníficas las páginas dedicadas a Victor Burgin) que cumplen la función de hacer estallar en mil pedazos, en mil momentos, esa transubjetividad, toda vez que, tal como nos previene el autor, "creía yo que al hablar de la fotografía hablaría también de la narración -de la escritura narrativa".

Unas vacaciones baratas... probablemente sea la tentativa teórica/narrativa más brillante que se haya realizado en nuestro país para deconstruir (aquí sí) la idea que Adorno poseía del arte, "una promesa de felicidad, pero promesa quebrada". Unas vacaciones baratas... es un libro de imágenes que en su no-significación solicitan la profundidad de todos los sentidos posibles.

UNAS VACACIONES BARATAS EN LA MISERIA DE LOS DEMÁS en REVISTA DE LIBROS

"El caos ordenado"
SANTOS ALONSO - Revista de libros - nº 105 - septiembre de 2005

Hace casi un siglo ya que Gómez de la Serna presentaba la visión del mundo como un territorio desordenado y a la literatura como única posibilidad de ajustar y organizar su caos, Julián Rodríguez parece recoger su testigo y ofrecer en esta su segunda novela la misma apariencia de un caos que se ordena a través de la literatura. Ambos comparten, además, la misma actitud literaria: esa ordenación del caos ha de discurrir por cauces diferentes a los establecidos, es decir, a través de un lenguaje narrativo que tenga como objetivo desviarse de los clichés habituales en la novela tradicional.
Esta es, sin duda, la primera y principal impresión que produce la lectura de Unas vacaciones baratas en la miseria de los demás: la búsqueda de un orden y de una trama que cohesionen en una totalidad los diversos elementos que configuran la peripecia del autor, del narrador y del personaje, en su recorrido por los diversos aspectos existenciales: la vida, el recuerdo, la cultura, el arte, las ilusiones, el amor, etc.
Hay que adelantar, sin embargo, que en la expuesta estructura de la novela y en su significante formal acaban las similitudes con Gómez de la Serna, pues este aspecto, que en el escritor vanguardista estaba encaminado hacia el juego verbal y retórico, hacia la provocación lingüística y esteticista, en Julián Rodríguez adquiere una significación existencial y social que se transforma en una dialéctica casi hegeliana y en un tratamiento marxista de la realidad.
Y es aquí donde debe entrar sin miramientos la labor interpretativa del lector, porque el escritor, detrás de esa organización fragmentaria de la realidad que va montando como un rompecabezas aparentemente inconexo, pretende, paradójicamente y ante todo, ofrecer un espacio de observación y análisis del que se pueda extraer una imagen completa de la vida del personaje y de su ubicación en el mundo, y en la que se refleje, como en un relato especular, la razón de su propia vida y de su propio lugar en el mundo.
En consecuencia, el autor no se conforma con urdir una trama, sino que exige respuestas imposibles al personaje: "He de aclarar -concluye- que odio a mi personaje [...] Lo odio porque no tiene respuestas para mí. No conoce lo que yo también desconozco. Como yo, es imperfecto, y atado a la tierra que le fue legada [...]. Sólo hay en este personaje algo que me reconforta: vivió mi propia confusión y en buena medida me descargó de ella." (p. 166).
Lo que plantea en el fondo Julián Rodríguez es el enfrentamiento dialéctico, aún vigente, entre dos formas de vida, entre la ancestralidad y la modernidad, entre las estructuras naturales y las supraestructuras impostadas -representadas por los ciclos espontáneos de la tierra y los veleidosos artificios del arte-, llegando a confirmar con rotundidad que la sociedad actual vive los últimos estertores de su esencia todavía rural y localista y avanza de forma vertiginosa, si no ha llegado ya, hacia unas metas exclusivas y globales en las que sólo tengan vigencia los valores urbanos, industrializados y cosmopolitas, de modo que la cultura tradicional y natural quede definitivamente sustituida por la cultura artificial.
Y, por supuesto, no existe mejor modo de reflejar esta dialéctica en la escritura que la variedad textual y discursiva. Julián Rodríguez organiza el relato recurriendo a variados tipos de discurso que remiten a los distintos géneros literarios. Es cierto que la novela está controlada en su mayor parte por una narración realista en primera persona, pero también que constantemente esta narración se interrumpe y cambia de persona para dejar paso a secuencias periodísticas o ensayísticas, e incluso a digresiones del autor sobre sus libros, sus fuentes literarias o sus lecturas. El resultado final es un ajustado engranaje de piezas visuales -imágenes y fotografías- que encuentran perfecta correspondencia en las cláusulas y las secuencias lingüísticas.
Con toda seguridad, no podrá decirse que esta novela colme las expectativas del lector. Pocas lo hacen. Hay en ella, sin duda, partes más logradas que otras y desniveles narrativos evidentes. Pero lo que nadie puede negarle es su compromiso con la realidad histórica, con los conflictos más actuales y a la vez más universales del ser humano, y sobre todo, su ambición literaria y estética cifrada en la búsqueda de unas formas vanguardistas que, si no son nuevas, como hemos comentado, lo parecen por su renovada combinación. Y esto ya es más que suficiente.

UNAS VACACIONES BARATAS EN LA MISERIA DE LOS DEMÁS en TURIA

"Fotografía y narración (o de cómo manipular eficazmente el horizonte de expectativas del lector)"
JUAN LUIS CALBARRO - Turia - nº 75 - junio-octubre de 2005

Las tres extensas citas de César Aira, Karl Marx y Benito Pérez Galdós con que, a modo de guía de lectura, se abre la última novela de Julián Rodríguez (Ceclavín, Cáceres, 1968) nos ofrecen dos claves de lo que se nos propondrá en sus páginas: el sano deseo de confundir al lector acerca de las fronteras entre géneros y la constatación de cómo el dominio tecnológico de la naturaleza hace imposible la perduración de los mitos sobre la misma en el imaginario artístico colectivo y, por tanto, de la sustitución de la imaginación por la realidad en el arte moderno. Rodríguez ha empleado en su último libro, según él mismo confiesa, materiales muy heterogéneos: ensayos sobre arte ya publicados, textos de conferencias impartidas, fragmentos de diarios, recuerdos familiares, fotografías, notas o esbozos y, como hilo conductor, la voz de un narrador/autor que aporta datos sobre sí mismo y, de cuando en cuando "con lealtad a la verdad o no, esto da igual", insiste en el carácter verídico de todo lo narrado: "es realmente autobiográfico, todo lo que hay en el libro es verdad" (en una entrevista publicada); "He preferido mantener su verdadero nombre. Lo dije antes: no quiero ficciones" (p. 129); o "Nada de patetismo, así es la realidad, y así se expresan algunas personas" (p. 153).
¿A qué tanta insistencia, a qué la repetida afirmación de que lo que se narra sucedió en algún momento si, como todos sabemos desde Jauss, Iser y demás teóricos de la recepción, todo lo escrito, por mucho que se ajuste a la realidad, deja de ser estrictamente referencial desde el momento en que el lector lo percibe como literatura y lo integra en su mundo propio? ¿Acaso, alguno se preguntará, pretende Rodríguez restar literariedad a su obra y obligar al lector a colocarla en la estantería junto a la guía de viajes, el reportaje periodístico, la crítica de arte o el ensayo botánico? Muy al contrario, a lo que aspira, y al parecer ningún crítico lo ha señalado, es a defender con brillantez su propio concepto de lo literario en particular, y de lo artístico en general. También ha declarado el extremeño su voluntad de exponer al público los entresijos de la escritura, pues "no sólo el producto final, empaquetado y exhibido en los mostradores, es arte, sino también el proceso por el que ha pasado el creador" (en otra entrevista), pero esta motivación está, a mi juicio, subordinada al deseo de establecer su ideario propio acerca de las posibilidades y del ámbito de acción de literatura y arte en la sociedad contemporánea.
De ahí el abundante recurso a la fotografía y, sobre todo, a una reflexión experta e integradora sobre la obra de los grandes fotógrafos del siglo XX. En contraste con los capítulos (designados en el libro con un término más vital: momentos) de corte puramente narrativo, algunos de ellos constituyen limpios ensayos sobre la fotografía y su relación con otras artes plásticas y con las letras. Pero la voz del narrador no pretende separar su experiencia como crítico de sus demás experiencias: el crítico es el novelista, y es el hijo de unos campesinos extremeños, y el amante melancólico, y el viajero. Por eso escogió la fotografía: porque siente "como si la suma de instantes del pasado fuera resultado de la acción de alguien que ha colocado de nuevo el mismo carrete en la cámara: imágenes superpuestas" (p. 73). Y, sobre todo, la selección de la fotografía como arte por excelencia y de los fotógrafos que en particular interesan al crítico, así como la interpretación social de su arte, no dejan lugar a dudas: Gary Simmons y su denuncia del racismo; la combinación de Alta y Baja Cultura en Daniel Guzmán; el human touch del Picture Post; Krzysztof Gieraltowski y la "tensión dramática del retrato" -concepto de Reinhold Mibelbeck que podría aplicársele perfectamente a Unas vacaciones... -; Jacob Riis y su fotografía de denuncia social ("miras esa foto y piensas en tus parientes pobres, en tu familia, en tus antepasados", p. 78); Victor Burgin y su opinión de que la pintura "es técnica e históricamente redundante", frente a la fotografía, que ofrece la posibilidad de desvelar "las contradicciones de nuestra sociedad de clases" (p. 94); Gillian Wearing y sus retratos mestizos de imagen y texto que muestran, como narraciones, el antes y el después de la fotografía -la línea de la existencia del que posa.
En la misma línea de fidelidad a la realidad se encuentra la integración en el cuerpo de la novela de materiales encontrados: dos supuestos manojos de fotografías y cuadernos privados cuyas historias -un amor romántico y la experiencia hurdana de un deportado del franquismo- resume el narrador. A la escritura popular, por oposición a la escritura literaria, se le supone hoy un interés documental que historiadores y antropólogos explotan en sus trabajos de investigación. Cartas, diarios, memorias de la gente del pueblo -de quienes no son profesionales de la escritura- contienen un valor de verdad superior al que se le reconoce a la literatura. De ahí su utilización en los momentos sexto y octavo de la novela de Rodríguez, que, como ya hemos visto, reniega de la ficción explícitamente en más de una ocasión. La fotografía y la escritura privadas, olvidadas y encontradas fuera de contexto por alguien ajeno, parece decirnos el autor, contienen la veracidad y el compromiso con la realidad que nos debe interesar contengan la plástica y la literatura. Por otro lado, el noveno momento utiliza un álbum de fotos privadas como guión narrativo: una vez más, imágenes superpuestas que evocan los episodios del relato. En la mayor parte del libro, el narrador no narra, sino que traslada imágenes al lector -imágenes del pasado propio, imágenes del pasado de personas desconocidas, imágenes artísticas, imágenes de la memoria- y puntualiza: "leo:", o "escribo:", o "leo (es copia, y borrosa):" (p. 111, por ejemplo) antes de cada párrafo, desmontando así las convenciones del relato y aportando la descontextuación buscada, la contradicción que ha de darse entre el horizonte de expectativas del lector y la renuncia expresa a la ficción por parte del autor. La devoción confesa de éste por la confusión de géneros y por cierto neorrealismo (Vila-Matas, Pratolini) abundan en esta concepción del arte. La aplicación de los presupuestos de la fotografía contemporánea a la literatura ("[Barthes], creía yo, al hablar de la fotografía hablaría también de la narración -de la escritura narrativa-. De cierto tipo de narración, al menos", p. 99) da como resultado un mayor anclaje de ésta en la realidad social, en la "miseria de los demás" que el artista, según Julián Rodríguez, tiene la obligación de poner en el plato del lector. Semejante coherencia en la teoría y en la praxis, transmitida en una prosa pulquérrima, obtiene como resultado una hermosa e inquietante obra de arte.

15.5.06


La sombra y la penumbra
Volumen con tres novelas cortas
Debate, 2002
144 páginas
ISBN 84-8306-524-X

Texto de contracubierta:
Víctima de "una razón" que los lleva de acá para allá, los protagonistas de las tres novelas cortas que reúne La sombra y la penumbra asisten entre la perplejidad, el escepticismo y el desencanto al paso de los días, al transcurso de la vida. Apenas nada hacen para escapar a esa causa que los mueve, al impulso que los gobierna. El destino del falso taxista de "Cavar" está prefijado desde las primeras líneas de la narración: un viejo sueña con su hijo muerto; la historia de amor, y también de paternidad, de "Palabras" está contenida en las frase incial del relato: Lee las guías de ferrocarriles, hijo. No leas poemas. Las guías son más exactas; un periodista de viajes, que conocerá al fin a una mujer muy diferente a él, comienza a narrar en "Máscaras" un sueño que se repite cada noche y que encierra, quizá, las claves de su pasado y de su futuro: nihilismo, egoísmo, desconcierto.
La sombra y la penumbra es una radiografía sobre cristales rotos de aquellos que han perdido toda capacidad para decidir sobre su destino por sí solos.

LA SOMBRA Y LA PENUMBRA en EL PAÍS

"En el amanecer del silencio"
J. ERNESTO AYALA-DIP - El País (Babelia) - 15/06/2002
La segunda novela del narrador y poeta extremeño Julián Rodríguez (Ceclavín, Cáceres, 1968) reúne tres novelas cortas. Es verdad que cada una de ellas tiene un asunto distinto, pero no hay que recorrer mucho camino para ver en ellas una misma filosofía de la escritura. Si los lectores han leído su novela anterior, Lo improbable (Debate), esto que apunto les quedará corroborado. Julián Rodríguez ha construido, con sólo dos títulos, una sólida poética de la narración. No se trata de tener una idea argumental y plasmarla con la escritura más a mano en ese momento. Se trata de algo más serio, comprometido y gratificante. Se trata de crear un mundo donde los seres humanos que lo pueblan se manifiestan de acuerdo a unos códigos de comunicación e interrelación extremadamente sobrios. Es lo que podría llamarse el laconismo de los afectos. La escritura de Julián Rodríguez ni pone ni quita nada que la naturaleza de sus personajes, ni la naturaleza del mundo físico en que reparten sus residencias, ni la naturaleza emocional con la que definen sus lazos afectivos exija exactamente. La austeridad de su estilo verbal es precisamente la que ilumina todas las zonas de las tres novelas en donde muchas cosas no se verbalizan.
"Cavar", "Palabras" y "Máscaras" se titulan las tres novelas. En cada una de ellas alguien narra o es narrado desde el paisaje de un destino irreversible. En donde es más vívida esta sensación es en la primera narración; hay que esperar hasta el párrafo final para asistir a una conclusión que ya estaba prefigurada en la primera página. En las dos restantes, los destinos de sus narradores se van consumando a caballo entre el pueblo y la ciudad, entre la casa paterna y las residencias urbanas, entre el amor profundo y su incapacidad para expresarlo. Ya lo dije al principio. Son tres novelas con tres asuntos distintos. Pero a su vez las tres se deben leer como una sola narración, porque en las tres confluyen la misma impotencia y la misma tristeza para salir del mar de sombras al que fueron arrojados. Habría que volver a las primeras novelas de Alejandro Gándara, sobre todo a La sombra del arquero, a algunas novelas cortas de Juan Carlos Onetti, para encontrar un sentido de la escritura tan encarnado en la resignación y la pena. Me refería a un argumento circular en la primera novela corta. Y hay también un dibujo circular en la construcción de las tres leídas en perspectiva. La sombra y la penumbra es un libro concebido para expresar lo inexpresable. En esta imposibilidad estriba su belleza. Su construcción por momentos enunciativa colabora a hacer más radical su despojamiento formal. Julián Rodríguez defiende con trazo maestro su poética de lo indirecto, única manera de representar a veces una orgullosa y callada indefensión humana.

LA SOMBRA Y LA PENUMBRA en ABC

"Esa necesidad de ver claro"
JUAN ÁNGEL JURISTO - ABC (Cultural) - 15/06/2002

El libro se abre con una cita de Chuang-Tzu, el filósofo taoísta chino, que resulta algo más que una declaración de principios. Se refiere en ella a la respuesta que da la Sombra a la Penumbra al requerimiento de ésta sobre su cambiante aspecto. Aquello que lo explica es parte del imaginario humano de todos los tiempos, se da gracias a la acción que uno lleva a cabo sin que su voluntad medie, "como los anillos de la serpiente o las alas del pájaro", pero, a la vez, deja en suspenso en qué consiste ese dejarse ir, ese cese voluntario del querer, que en nuestra cultura pasa por una renuncia al mundo. En realidad, el achacar este tipo de sensibilidad a la civilización oriental no está mal encaminado, porque en estas tres novelas cortas se percibe claramente un tono que recuerda a los Kwaidan del Japón, aquellos cuentos fantásticos que hicieron las delicias de Lafcadio Hearn, y que vertió en una espléndida prosa inglesa para Occidente. Y ese tono, que contrasta sobremanera con el ritmo de la prosa, fragmentado, hiriente, reflejo de una conciencia nihilista que siente el caos bajo el aparente orden de las cosas incluso antes de que se manifieste, y que puede confundirse con cualquier tipo de pasividad, se revela claramente como una postura sobre aquello que acontece cuando dejamos a un lado el poder. Entonces se abren otros modos, otras maneras de percibir la realidad, aunque sean dislocadas, y que poco o nada tiene que ver con supuestos fatalismos tradicionales ni con llamadas a asumir destinos que no le conciernen a uno. Es entonces, parece decirnos el autor, cuando comienza a vislumbrarse qué sea eso de la libertad.

Pero con lo dicho no hacemos más que abrir boca. El valor de estas tres novelas cortas no reside precisamente en este juego de correspondencias, sino en el que se aplican a sí mismas. Habría que resaltar en primer lugar la lograda coherencia de las historias que se cuentan, coherencia narrativa, claro está, y que hace que todos los relatos se ajusten como mecanismos de relojería logrando una sensación que nunca se manifiesta pero que domina toda la historia. Así, en "Cavar", que abre el volumen, lo que le acontece al taxista, es decir, aquello con lo que se topa al final de la historia después de un sucederse extraño de escenas de intencionalidad onírica, le viene ya dado desde las primeras líneas del relato, cuando el hombre que ara la tierra sueña que un hijo le reclama la herencia; así en "Palabras", donde nos encontraremos una mirada entre patética e hilarante de lo que da de sí una supuesta paternidad de corte sesentayochista, y cuyo desenlace aparece también al comienzo del relato bajo la apariencia de descabellada sentencia; así, finalmente, en "Máscaras", el relato más inquietante de los tres, donde de nuevo aparece el sueño, esta vez recurrente, obsesivo, y donde el tiempo se desvanece en orden a conseguir un anhelo imposible.
Pero esto no basta para explicar la especial fascinación que producen estos relatos, porque si fuera suficiente con lo dicho estaríamos sólo en posesión de unos argumentos brillantes resueltos, debido a una especial dedicación, con lograda fortuna. Sin embargo, lo que prima aquí es el desconcierto inicial y, luego, su estilo, intenso como pocos, de una desnudez muy buscada, donde cada frase, corta, está pensada al modo de un eslogan, con una densidad de significación enorme. La sensación que produce entonces en el lector es vertiginosa, y si a ello añadimos la pertinencia de ciertos recursos, aquél, por ejemplo, que se ocupa de anotar día a día las obsesiones de los personajes, y, lo que es más, la intromisión del autor en algunas disquisiciones sobre qué sea eso de la identidad y el modo de plasmar ésta en la ficción, el resultado no puede ser otro que el de encontrarnos ante una de las obras más atrayentes que me ha sido dado leer últimamente.
Ese atractivo no es resultado exclusivo de las historias narradas, en realidad son tan sencillas como todas las que se puedan contar, sino de la atmósfera que las envuelve, resultado, claro, de una mirada que abarca el realismo más convencional con lo que se intuye está al otro lado del espejo.

LA SOMBRA Y LA PENUMBRA en EL PERIÓDICO DE CATALUÑA

"Valor de inquietud"
JORDI GRACIA - El Periódico de Cataluña (Libros) - 13/09/2002
Al menos desde Lo improbable, una novela de 2001, Julián Rodríguez fijó un modo de narrar original e inquietante. Y no es sólo un modo de hablar, sino de describir el tipo de prosa de un autor cuyo efecto es la inquietud, la inseguridad, el sentimiento de pisar territorio dudoso; y de ese sentimiento surge parte de la razón para seguir leyendo, sin nada que ver con la intriga narrativa sino con la urdimbre de un texto escrito. En la narrativa de Rodríguez, que acaba de publicar La sombra y la penumbra, mandan las voces de los personajes porque hay una deliberada ausencia de la autoridad del relato: el efecto estético es la dispersión, la atomización de las cosas, frías, desvaídas, como si encajasen allí con pereza o al hilo del puro azar.
La inquietud procede de los vacíos -sucedía ya en Lo improbable- de las historias que se cuentan, procede de la ausencia de lo importante porque el autor quiere disminuir la presencia de lo fuerte a favor de sus efectos, de su periferia, de lo que genera en los ánimos y conductas de los personajes. Las defecciones, el sentimiento de frustración o la plena conciencia de lo incompleto e insuficiente están por debajo de este modo de contar, como si fuese el mejor modo de expresar la fragilidad de la vida y la precariedad de nuestros saberes sobre ella y nosotros mismos: la vida como sombra y la penumbra como forma de contarla.
Lo inquietante tiene, aún, otra fuente: la construcción de un territorio original en la novela reciente porque está hecho de tierra labrada y encinares, de un ámbito que es la región de Extremadura, pero donde viven periodistas y escritores, o gente que hace vida moderna y sin embargo sigue, con internet y ordenadores, pegada al mundo de quienes aún cavan, y siguen cavando hasta la última línea del libro, o quienes han de podar, o quienes pasan y vuelven por la misma ruta, sólo cabeceando para saludar y despedirse.
Decir de un libro que es inquietante es decir que tiene valor literario, que aspira a ser algo más que una historia contada. Aquí, en realidad, son tres, porque el libro agrupa tres novelas breves con sentido unitario (la mejor, la segunda). Están juntas no sólo porque las reúne el lomo sino porque comparten una sutil coherencia de mundo, algún enlace discreto y una común intención: la desolación sin dramatismo, una tristeza vaga, una forma de saber sobre la derrota que no es resignación ni catastrofismo sino lucidez y piedad.

LA SOMBRA Y LA PENUMBRA en HERALDO DE ARAGÓN

"Caminos de vuelta"
JOSÉ JULIO ORDOVÁS - Heraldo de Aragón (Artes&Letras) - 30/05/2002

Bien es verdad que para la mayoría de los lectores pasó sin pena ni gloria, pero buena parte de la crítica acogió con entusiasmo el primer libro de cuentos de Julián Rodríguez, Mujeres, manzanas (Editora Regional de Extremadura, 2000), en el que se perfilaba una forma más o menos novedosa de contar, culturalista y de una levedad falsa, más cerca de la poesía que de la narración pura y dura, y bajo el evidente influjo de John Berger. Con Lo improbable (Debate, 2001), su primera novela, continuó el experimento, renunciando a los convencionalismos novelísticos y apostando por nuevas fórmulas.
Pero es ahora, con La sombra y la penumbra, cuando ha alcanzado una plena madurez y se le puede considerar poseedor no ya de una impronta personal sino de una verdadero estilo propio.
Julián Rodríguez ha recogido tres nouvelles o novelas cortas, "Cavar", "Palabras" y "Máscaras", unidas entre sí no tanto por un hilo de continuidad como por un tema común, que, si bien se mira, tiene su origen en esa colección de vida cruzadas, tan carveriana (no en vano incluye versos de "Miedo", uno de los poemas mejores de Carver), que es Lo improbable. Jugando con las elipsis y desdeñando elegantemente el engranaje tradicional, Rodríguez esboza los retratos de unos personajes que se dejan llevar sin ofrecer resistencia por la corriente de la vida, hasta el punto de que no parecen dueños de sus actos, como si fueran víctimas de las circunstancias, sombras de sí mismos, pequeños barcos gobernados por el viento.
Resulta curiosa la forma en que Julián Rodríguez mezcla el cosmopolitismo y el ruralismo con intención de arrojar alguna luz sobre la siempre complicada historia de las raíces, las huellas borradas y los caminos de vuelta. No se trata de una búsqueda del tiempo perdido sino más bien de una indagación sobre las señas de identidad, como así lo prueba la elección de los autores de los que se hace eco y a los que recrea por lo general con fortuna, entre los que se encuentran Pavese, Ginzburg, Camus, Chabrol o Todorov. Es de suponer que todo esto se debe a razones personales, es decir, que algo, tal vez más de lo que parece, hay de autobiográfico, pero, dada la abundante dosis de culturalismo de que se sirve, además de la indolencia de que hace gala, es tarea inútil intentar averiguar qué.
Lo improbable y La sombra y la penumbra son, en buena medida, dos libros complementarios. Si en el primero Rodríguez nos hablaba de gente que estaba fuera de casa, en distintas ciudades de distintos países, compartiendo cama en pensiones y lugares de paso, en el segundo de lo que nos habla es de gente que ha vuelto a la casa de la infancia, pero no para quedarse y convivir con sus fantasmas, sino para hacer un alto en el camino, para saldar alguna cuenta pendiente o para tomarse un respiro y volver a la carretera, rumbo de nuevo a ninguna parte. Estamos, pues, ante un retrato, entre lírico e intelectual, de toda una generación, la de aquellos que, pasada la frontera de los treinta, tratan de encauzar sus vidas, y para ello, tras reparar en el desorden en que viven, optan por echar la vista atrás, sin nostalgia, sin esperanza, sin convencimiento.


Lo improbable
Novela
Debate, 2001
128 páginas
ISBN 84-8306-433-2

Texto de contracubierta:
Lo improbable sucede un verano cualquiera, a lo largo de dos semanas en las que casi todos los personajes -jóvenes de una generación que hoy tiene ya más de treinta años- están lejos de su país, fuera de casa. Rosana, en Inglaterrra; Claudio e Idoia, en Italia; Teresa y Marino, en Francia; ¿y Él? Él no tiene nombre, pero también está fuera de casa. Él es el eslabón que une a todos los figurantes de esta historia, quizá el núcleo de un mundo que da vueltas sin detenerse. Él está en el comienzo y en el final de esta novela, aunque realmente no es su principal protagonista: ese papel central está ocupado por aquello que algunos llaman amor, que a ratos une y a ratos desintegra todo a su alrededor. Lo improbable es, pues, una novela sobre el amor y sus alrededores: el miedo, el egoísmo, la piedad.
Una novela enigmática sobre el misterio de todas las cosas sencillas.