UNAS VACACIONES BARATAS EN LA MISERIA DE LOS DEMÁS en REVISTA DE LIBROS
"El caos ordenado"
SANTOS ALONSO - Revista de libros - nº 105 - septiembre de 2005
Hace casi un siglo ya que Gómez de la Serna presentaba la visión del mundo como un territorio desordenado y a la literatura como única posibilidad de ajustar y organizar su caos, Julián Rodríguez parece recoger su testigo y ofrecer en esta su segunda novela la misma apariencia de un caos que se ordena a través de la literatura. Ambos comparten, además, la misma actitud literaria: esa ordenación del caos ha de discurrir por cauces diferentes a los establecidos, es decir, a través de un lenguaje narrativo que tenga como objetivo desviarse de los clichés habituales en la novela tradicional.
Esta es, sin duda, la primera y principal impresión que produce la lectura de Unas vacaciones baratas en la miseria de los demás: la búsqueda de un orden y de una trama que cohesionen en una totalidad los diversos elementos que configuran la peripecia del autor, del narrador y del personaje, en su recorrido por los diversos aspectos existenciales: la vida, el recuerdo, la cultura, el arte, las ilusiones, el amor, etc.
Hay que adelantar, sin embargo, que en la expuesta estructura de la novela y en su significante formal acaban las similitudes con Gómez de la Serna, pues este aspecto, que en el escritor vanguardista estaba encaminado hacia el juego verbal y retórico, hacia la provocación lingüística y esteticista, en Julián Rodríguez adquiere una significación existencial y social que se transforma en una dialéctica casi hegeliana y en un tratamiento marxista de la realidad.
Y es aquí donde debe entrar sin miramientos la labor interpretativa del lector, porque el escritor, detrás de esa organización fragmentaria de la realidad que va montando como un rompecabezas aparentemente inconexo, pretende, paradójicamente y ante todo, ofrecer un espacio de observación y análisis del que se pueda extraer una imagen completa de la vida del personaje y de su ubicación en el mundo, y en la que se refleje, como en un relato especular, la razón de su propia vida y de su propio lugar en el mundo.
En consecuencia, el autor no se conforma con urdir una trama, sino que exige respuestas imposibles al personaje: "He de aclarar -concluye- que odio a mi personaje [...] Lo odio porque no tiene respuestas para mí. No conoce lo que yo también desconozco. Como yo, es imperfecto, y atado a la tierra que le fue legada [...]. Sólo hay en este personaje algo que me reconforta: vivió mi propia confusión y en buena medida me descargó de ella." (p. 166).
Lo que plantea en el fondo Julián Rodríguez es el enfrentamiento dialéctico, aún vigente, entre dos formas de vida, entre la ancestralidad y la modernidad, entre las estructuras naturales y las supraestructuras impostadas -representadas por los ciclos espontáneos de la tierra y los veleidosos artificios del arte-, llegando a confirmar con rotundidad que la sociedad actual vive los últimos estertores de su esencia todavía rural y localista y avanza de forma vertiginosa, si no ha llegado ya, hacia unas metas exclusivas y globales en las que sólo tengan vigencia los valores urbanos, industrializados y cosmopolitas, de modo que la cultura tradicional y natural quede definitivamente sustituida por la cultura artificial.
Y, por supuesto, no existe mejor modo de reflejar esta dialéctica en la escritura que la variedad textual y discursiva. Julián Rodríguez organiza el relato recurriendo a variados tipos de discurso que remiten a los distintos géneros literarios. Es cierto que la novela está controlada en su mayor parte por una narración realista en primera persona, pero también que constantemente esta narración se interrumpe y cambia de persona para dejar paso a secuencias periodísticas o ensayísticas, e incluso a digresiones del autor sobre sus libros, sus fuentes literarias o sus lecturas. El resultado final es un ajustado engranaje de piezas visuales -imágenes y fotografías- que encuentran perfecta correspondencia en las cláusulas y las secuencias lingüísticas.
Con toda seguridad, no podrá decirse que esta novela colme las expectativas del lector. Pocas lo hacen. Hay en ella, sin duda, partes más logradas que otras y desniveles narrativos evidentes. Pero lo que nadie puede negarle es su compromiso con la realidad histórica, con los conflictos más actuales y a la vez más universales del ser humano, y sobre todo, su ambición literaria y estética cifrada en la búsqueda de unas formas vanguardistas que, si no son nuevas, como hemos comentado, lo parecen por su renovada combinación. Y esto ya es más que suficiente.
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