LA SOMBRA Y LA PENUMBRA en ABC
"Esa necesidad de ver claro"
JUAN ÁNGEL JURISTO - ABC (Cultural) - 15/06/2002
El libro se abre con una cita de Chuang-Tzu, el filósofo taoísta chino, que resulta algo más que una declaración de principios. Se refiere en ella a la respuesta que da la Sombra a la Penumbra al requerimiento de ésta sobre su cambiante aspecto. Aquello que lo explica es parte del imaginario humano de todos los tiempos, se da gracias a la acción que uno lleva a cabo sin que su voluntad medie, "como los anillos de la serpiente o las alas del pájaro", pero, a la vez, deja en suspenso en qué consiste ese dejarse ir, ese cese voluntario del querer, que en nuestra cultura pasa por una renuncia al mundo. En realidad, el achacar este tipo de sensibilidad a la civilización oriental no está mal encaminado, porque en estas tres novelas cortas se percibe claramente un tono que recuerda a los Kwaidan del Japón, aquellos cuentos fantásticos que hicieron las delicias de Lafcadio Hearn, y que vertió en una espléndida prosa inglesa para Occidente. Y ese tono, que contrasta sobremanera con el ritmo de la prosa, fragmentado, hiriente, reflejo de una conciencia nihilista que siente el caos bajo el aparente orden de las cosas incluso antes de que se manifieste, y que puede confundirse con cualquier tipo de pasividad, se revela claramente como una postura sobre aquello que acontece cuando dejamos a un lado el poder. Entonces se abren otros modos, otras maneras de percibir la realidad, aunque sean dislocadas, y que poco o nada tiene que ver con supuestos fatalismos tradicionales ni con llamadas a asumir destinos que no le conciernen a uno. Es entonces, parece decirnos el autor, cuando comienza a vislumbrarse qué sea eso de la libertad.
Pero con lo dicho no hacemos más que abrir boca. El valor de estas tres novelas cortas no reside precisamente en este juego de correspondencias, sino en el que se aplican a sí mismas. Habría que resaltar en primer lugar la lograda coherencia de las historias que se cuentan, coherencia narrativa, claro está, y que hace que todos los relatos se ajusten como mecanismos de relojería logrando una sensación que nunca se manifiesta pero que domina toda la historia. Así, en "Cavar", que abre el volumen, lo que le acontece al taxista, es decir, aquello con lo que se topa al final de la historia después de un sucederse extraño de escenas de intencionalidad onírica, le viene ya dado desde las primeras líneas del relato, cuando el hombre que ara la tierra sueña que un hijo le reclama la herencia; así en "Palabras", donde nos encontraremos una mirada entre patética e hilarante de lo que da de sí una supuesta paternidad de corte sesentayochista, y cuyo desenlace aparece también al comienzo del relato bajo la apariencia de descabellada sentencia; así, finalmente, en "Máscaras", el relato más inquietante de los tres, donde de nuevo aparece el sueño, esta vez recurrente, obsesivo, y donde el tiempo se desvanece en orden a conseguir un anhelo imposible.
Pero esto no basta para explicar la especial fascinación que producen estos relatos, porque si fuera suficiente con lo dicho estaríamos sólo en posesión de unos argumentos brillantes resueltos, debido a una especial dedicación, con lograda fortuna. Sin embargo, lo que prima aquí es el desconcierto inicial y, luego, su estilo, intenso como pocos, de una desnudez muy buscada, donde cada frase, corta, está pensada al modo de un eslogan, con una densidad de significación enorme. La sensación que produce entonces en el lector es vertiginosa, y si a ello añadimos la pertinencia de ciertos recursos, aquél, por ejemplo, que se ocupa de anotar día a día las obsesiones de los personajes, y, lo que es más, la intromisión del autor en algunas disquisiciones sobre qué sea eso de la identidad y el modo de plasmar ésta en la ficción, el resultado no puede ser otro que el de encontrarnos ante una de las obras más atrayentes que me ha sido dado leer últimamente.
Ese atractivo no es resultado exclusivo de las historias narradas, en realidad son tan sencillas como todas las que se puedan contar, sino de la atmósfera que las envuelve, resultado, claro, de una mirada que abarca el realismo más convencional con lo que se intuye está al otro lado del espejo.
<< Home